sábado, 16 de junio de 2007

Capítulo 1

Nieves, imprímelo para que puedan leerlo papá y mamá. Fernando, pásale tu este correo a Eva García y a Edu, que me han dicho que aquí te controlan hasta el flujo de Internet y que el servidor se pone nervioso cuando ve direcciones de correo de la competencia. Ah, Edu, tú mándaselo también a Carlos Mateos, por favor)

Hola, gente. Os escribo a todos de una tacada, porque tengo bastantes cosas que contar y de esta forma acabaré antes. Perdonadme pues si doy más detalles de los que necesitáis (o menos); más adelante ya iré personalizando los correos.

Definitivamente, USA es diferente: Aquí me tenéis, con un vaso de Nesquik de fresa entre las manos (sí, de fresa) y mirando con curiosidad la retransmisión de una partida de póker desde las Vegas. Parece que el premio es de varios millones de dólares y por el momento va ganando una japonesa que viste como una cabaretera del siglo XIX y lleva gafas verdes con unos ojos pintados por fuera (para despistar, supongo).

Nuestro hotel está bien, tiene gimnasio gratuito y servicio de lavado y secado de ropa todo por dos dólares. La habitación es parecida a la que sale en la página web y tiene un baño bastante amplio, cocina con electrodomésticos y cacharros, sofá, cama de matrimonio y un sillón de relax con reposapiés levadizo. Lo único malo es que la moqueta huele bastante a tabaco y que (según me dicen) el servicio de limpieza semanal deja mucho que desear. Aún no he decidido qué hacer, si quedarme aquí, irme a Seattle o buscar apartamento en Everett o Mukilteo, pero ya iré viendo. Lo que mola, aparte de la comodidad, es que aquí siempre hay gente conocida. El primer día nada más llegar me encontré en la puerta a Rodrigo y a su mujer, que estaban de visita. Luego ya dentro, a Javi Tella, a J.M.Barcia y a unos cuantos excompañeros más). En fin, como en casa.

Lo que ya no mola tanto es que está en Everett, un sitio bastante desangelado y en el que necesitas el coche absolutamente para todo: Las casas están desparramadas por aquí y por allá, con árboles y descampados en medio, las calles son anchísimas y los semáforos son de botón y no duran más de cinco segundos abiertos para los peatones. En estas condiciones, incluso ir hasta el banco o al supermercado más cercano se convierte en una odisea si pretendes hacerlo a pie. Pero dejando aparte este detalle, se podría decir que el pueblo es bonito: Hay árboles por todas partes, montañas nevadas en el horizonte y las casas son todas de madera (incluso los bancos y los centros comerciales parecen sacados de “La Casa de la Pradera”). Eso sí, hay más carteles luminosos en diez metros que en toda la Gran Vía madrileña.

Lo del clima es verdad: Hace frío, llueve bastante y anochece temprano, pero como todo esto ya lo sabía antes de venir, no me puedo quejar.

En los tres días que llevo por aquí ya he podido comprobar que la gente en general es bastante amable y que parece un tanto ingenua. No se alteran con facilidad y siempre tienen una sonrisa a punto (casi igualito que en Madrid, vamos). También es verdad que esta es la zona con mayor nivel de vida de todos los Estados Unidos, y supongo que eso tendrá algo que ver.

(Eva, pochola, tú sáltate el párrafo que viene a continuación :-)

Hablando de la gente, el primer día, nada más llegar, ya tuve la primera anécdota: Carlos Rodas y yo veníamos con hambre, así que nos bajamos al único local de la zona al que se puede llegar andando, un bar de moteros macarras llamado Blue Yonder: Chupas de cuero, calaveras tatuadas, barbas de medio metro y una manada de Harleys en la puerta (como en las películas, vaya). Nos sentamos en la barra y pedimos un par de cocacolas, una ensalada y unos nachos, y menos de cinco segundos después noté que me estaban pellizcando el culo. Cuando me di la vuelta me encontré a una tía de cuarenta y tantos pidiéndome perdón entre risas e intentando convencerme de que me había confundido con un amigo suyo que solía ir por allí. Como soy bien pensado por naturaleza en ese momento la creí, pero para ser sinceros dudo que por ese bar vayan muchos tipos con una pinta parecida a la mía.

(Vale, niña, ya puedes seguir leyendo)

El buga de momento me ha tocado compartirlo solo con Iker (uno de mis compañeros de viaje, el tío más echao p’adelante que he conocido últimamente) pero hasta ahora no me he atrevido a conducirlo hasta el trabajo, porque al tener cambio automático y carecer de ABS (eso creo) me produce un poco de inseguridad. Es un Buick LaCrosse del dos mil y pico, bastante grande y cómodo. Está lleno de pijadas, aunque no tantas como otros de por aquí que incluso tienen arranque por mando a distancia (una cosa que a mí me hace mucha gracia); tiene un buen equipo de música y en general es relativamente lujoso, pero si os digo la verdad yo habría preferido uno más sencillo y que tuviera palanca de cambios :-(

Nos ha tocado currar en un lugar llamado curiosamente “Future Factory” (Fábrica Futura, para los que no entiendan la lengua de Chespir) que según parece tiene el honor de ser el edificio más voluminoso del planeta. Hay quien dice que el palacio presidencial de Ceaucescu en Bucarest es aún más grande, pero yo no lo sé. Lo único que puedo deciros es que este es realmente enorme y que caminar de una punta a otra es como hacer una excursión de fin de semana. Bueno, esto último solo lo supongo, porque a día de hoy todavía no me está permitido caminar libremente por él.

Y es que eso es lo más ridículo de todo, la obsesión por la seguridad que tienen en Boeing: Si ya en las oficinas de Madrid se pasaban tres pueblos (con declaraciones firmadas, cámaras de vigilancia a los empleados y montones de claves de acceso en los sistemas informáticos), aquí lo llevan al extremo. Durante la primera semana, por ejemplo, hasta que tengamos nuestras tarjetas de seguridad definitivas nos van a obligar a ir acompañados a todas horas por un empleado de Boeing (a Iker y a mí nos ha tocado un hindú más serio que el palo de una escoba). Y cuando digo ‘a todas horas’ lo digo en sentido literal, ya que en teoría, tiene que ir con nosotros incluso hasta al baño (si no lo hace es porque hemos llegado a un acuerdo tácito entre ambas partes para evitar esa humillación). Pero como os podéis imaginar esto da lugar a situaciones muy incómodas, como el tener que comer hoy delante del ordenador porque nuestro “escolta” tenía trabajo y no podía bajar al comedor con nosotros.
Además todo el edificio está plagado de cartelitos amarillos con el siguiente mensaje “ÁREA DE CONVERSACIÓN RESTRINGIDA: EVITE HABLAR AQUÍ DE TEMAS SUJETOS A RESTRICCIONES DE EXPORTACIÓN”. En fin, que es todo un poco orwelliano y da bastante mal rollito.
La comida tampoco es buena; tienen un comedor más bien pequeño y con una oferta muy escasa. Nada de pescado ni de legumbres y mucho de carne, pizza y ensaladas. Y tampoco es barata: una ración de pizza y una ensalada te sale por unos 7 pavos.
La parte buena de trabajar allí es que nuestro jefe es un tío bastante majo, un tal Christopher Nosequé, y que por suerte no es americano sino inglés. Gracias a ello no tengo problemas para entenderle cuando habla, porque con los yanquis lo llevo bastante peor (¡es que no vocalizan ni p’atrás los muy cabrones!).

Y en fin, de momento no puedo contaros mucho más. Por si algún día queréis llamarme al trabajo, mi número es el 425-266-1772. Aún no me he comprado un móvil yanqui pero lo haré en los próximos días (he visto uno baratillo de tarjeta, de 20 dólares, que me permitirá hacer llamadas dentro del país a un precio razonable). Cuando lo tenga ya os pasaré el número también. Ya me han dado dirección de Boeing (cesar.e.sanchez2@boeing.com) pero de momento no la voy a usar para correos personales por si las moscas, así que me comunicaré a través de las de Internet.

Hala, hasta otro rato. Besos y abrazos

PD: Parece que finalmente la china de las gafas ha perdido frente al vejete con sombrero tejano y dientes postizos que tiene enfrente. “Ha sido divertido” dice la mujer...

PPD: Eva, tú no te preocupes por la yanquis cuarentonas, que mi culo sigue siendo todo para ti)